Nati trabajaba en las oficinas de la Plaza de Toros de Madrid, un día invitó a una corrida a su primo y a un amigo ganadero que, en agradecimiento, la invitaron a al herradero de los animales (cuando se les pone el número), en un pueblo de Toledo;
Jose Antonio era el mayoral de la finca y Nati se fijó en él nada más verle.